"—Bueno, el plan Reynoso es simplemente dejar que ocurra lo que ocurre en estas fechas de eliminatorias. Todo el país queda hipnotizado por el fútbol".
"—Bueno, el plan Reynoso es simplemente dejar que ocurra lo que ocurre en estas fechas de eliminatorias. Todo el país queda hipnotizado por el fútbol".

No habían pasado ni 15 minutos de haber llegado a su despacho, cuando el teléfono de su escritorio empezó a sonar. El premier Alberto Otárola hizo una mueca de disgusto, dio un largo suspiro y contestó. Era la voz delgada de su secretaria.

—Doctor, la presidenta Boluarte quiere conversar con usted.

Otárola, con evidente desgano, asintió.

—Está bien, dígale que pase —dijo y colgó el teléfono.

Empezó a preguntarse de qué querría hablar ahora, cuando el aparato volvió a timbrar. Fastidiado, el premier contesta, con brusquedad.

—¿Y ahora qué?

—Perdone, doctor —responde tímidamente la secretaria—. Es que la presidenta no está aquí. Ella llamó para que usted vaya a verla.

—Ya, está bien —dijo, más calmado—. Avísele que llego en 10 minutos.

Desde la sede de la Presidencia del Consejo de Ministros, ubicada en Palacio de Gobierno, hasta el despacho presidencial, donde la presidenta Dina Boluarte recibe a funcionarios e invitados, hay una distancia de 10 minutos.

Las primeras veces que Boluarte convocaba a Otárola, este llegaba en apenas cinco minutos, y notoriamente agitado. Con el pasar de las semanas, meses, el tiempo de arribo de Otárola se fue extendiendo cada vez más.

El premier llegó a la antesala del despacho de Boluarte. Esperó que la secretaria lo anuncie e ingresó, veinte minutos después de haber sido requerido. Otárola encontró a la presidenta más preocupada que de costumbre. Si bien en un inicio había tratado de adivinar el motivo de tan repentina convocatoria, luego dejó de pensar en ello. Sea el motivo que sea, se sentía seguro de poder afrontarlo.

—A ver, Alberto —dijo Boluarte—, ¿recuerdas que te pedí que, por favor, revisaras minuciosamente los antecedentes de los nuevos ministros?

“Ah, ya”, pensó el premier, “la cosa es sobre los ministros. Pero, ¿sobre quién?”

—¿Te acuerdas? —insistió Boluarte, ante el silencio de su premier.

—Sí, claro que sí.

-Bueno, mira esto —dijo y estiró su brazo a fin de que Otárola pueda ver la pantalla de su celular. El premier se inclinó, achinó los ojos y leyó en voz alta:

—”Su plan de datos ha expirado”.

—¿Qué? —se extrañó Boluarte. Luego, miró a su propio celular, cerró el mensaje y puso la imagen correcta—. Me refiero a este titular.

El premier borró rápidamente la sonrisa que empezaba a esbozar. Frunció el ceño cuando leyó: Flamante ministro de Justicia tiene orden de juicio de alimentos. Lamentó entonces no haber revisado la síntesis de noticias que el equipo de comunicaciones le preparaba cada mañana.

—¿Y entonces? —dijo Boluarte—. ¿Qué tienes que decir?

—Me parece raro.

—¿Lo revisaste?

—A conciencia. Yo mismo puse su nombre en Google.

Boluarte alzó y descendió los hombros.

—¿Qué hacemos entonces? ¿Lo sacamos?

—No, si lo hacemos estamos admitiendo que hemos cometido un error.

—Pero es que hemos cometido un error.

—No me entiende, señora presidenta. Si lo sacamos, la gente va a pensar que no revisamos bien sus antecedentes.

—Pero es que no revisamos bien sus antecedentes.

—Mire, señora presidenta. Yo creo que estamos siendo demasiados sensibles.

Le aseguro que Arana es un buen funcionario, que es una persona capaz, que nos será de gran utilidad.

—¿Eso también lo viste en el Google?

—No, en TikTok.

Boluarte se quedó en silencio unos segundos. Miró a Otárola con atención, como si estuviera tratando de memorizar su rostro.

—Alberto, entiendo que si sacamos a Arana vamos a recibir críticas, pero va a ser peor si no hacemos nada. Vamos a quedar como si ese tipo de denuncias no nos importaran. Y en mi caso es más sensible porque soy mujer.

—Señora presidenta, esto es un tema político. Y en política, perdone que se lo diga, yo tengo mucha más…

—Sí, Alberto, yo sé que tienes mucha más experiencia en política que yo. No es la primera vez que me lo dices.

—Y no será la última —dijo Otárola, con un tono lúdico.

—No estés tan seguro —respondió Boluarte, con frialdad.

Otárola recordó entonces aquello que no le gustaba recordar. Por más injusto que le pareciera, la presidenta era ella y no él. Pese a que sintiera que la verdadera mano que mecía la cuna del poder era la suya, Otárola tenía que admitir —¡la vida es dura!— que su permanencia en el poder, que la estabilidad de su cargo —que él sentía era, casi, la propia estabilidad del país— dependía de ella, de esa señora exaliada de Cerrón y Castillo que estaba sentada frente a él y que ahora lo estaba mirando con muy poca paciencia. Había, pues, que calmar las aguas.

—Señora presidenta, hagamos algo. O, en todo caso, le propongo algo. Si pasan algunos días y el tema de Arana sigue siendo motivo de críticas en la prensa, haré lo que usted me indique. Pero confío en que eso no va a ocurrir. Es más, estoy seguro de que en los próximos días ya nadie hablará de eso.

Una tímida sonrisa apareció, de pronto, en el rostro de Boluarte.

—Parece que tuvieras un plan.

—Tengo un plan.

—No me digas que vamos a volver con lo del Plan Bukele.

-No, señora presidenta. Este plan es mejor.

-¿Qué plan es?

-El plan Reynoso.

El gesto dubitativo apagó la apocada sonrisa de Boluarte.

-¿Y ese Reynoso quién es? ¿También es presidente de algún país?

El premier se reacomodó los lentes. Siente que volvió a tomar el control de la situación.

—No, señora presidenta. Reynoso es el entrenador de la selección.

—Ah, claro. Sí, ahora recuerdo.

—Bueno, el plan Reynoso es simplemente dejar que ocurra lo que ocurre en estas fechas de eliminatorias. Todo el país queda hipnotizado por el fútbol.

—Tienes razón, Alberto.

—Ya jugamos contra Paraguay de visita. Y logramos un empate con 10 hombres.

La gente no habla de otra cosa.

—¿Y ahora contra quién jugamos?

—Contra Brasil, el martes. Aquí en el Nacional. Después vamos a Chile y luego viene Argentina. Estos son los partidos de este año.

—¿Y qué pasa si nos va bien?

—Si nos va bien, si el plan Reynoso funciona, nos podremos quedar hasta 2026. Justo el mismo año del mundial.

Los ojos de Boluarte no solo se abrieron más, sino que emitieron un brillo especial. Sin embargo, luego parecieron apagarse.

—Alberto, ¿y si las cosas le van mal a la selección? ¿Y si el plan Reynoso no funciona qué hacemos?

—Bueno, si eso pasa solo nos queda hacer una cosa. ¿Sabe cuál es?

—No, Alberto, no sé.

—Vamos, pensá. Pensá.


El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!