"El presidente de la FPF se sonrió. Entendía que los hinchas quisieran el retorno del argentino, incluso podía esperarlo de una parte de la prensa, pero qué diablos hacía el Gobierno buscando lo mismo".
"El presidente de la FPF se sonrió. Entendía que los hinchas quisieran el retorno del argentino, incluso podía esperarlo de una parte de la prensa, pero qué diablos hacía el Gobierno buscando lo mismo".

El primero que vio llegar a la comitiva presidencial fue el muchacho que lleva años vendiendo yucas fritas junto a la entrada principal de la Villa Deportiva Nacional (VIDENA). Luego de él, lo hicieron una docena de periodistas deportivos que, en espera de algún dato sobre los líos de la selección peruana, estaban apostados en el frontis.

La pesada reja de la VIDENA se abrió y dejó pasar a la comitiva. Mientras los periodistas se agolpaban y pugnaban por ingresar, los hombres de seguridad se colocaban a lo largo de la explanada. Un par de minutos después, la presidenta del Perú, Dina Boluarte y el presidente del Consejo de Ministros, Alberto Otárola, ya estaban caminando rumbo a las oficinas de la Federación Peruana de Fútbol (FPF).

A pocos metros de ahí, Agustín Lozano, el presidente de la FPF, luchaba contra el sopor de la tarde, cuando, de golpe, se despabiló por completo. Acababa de ver, a través del ventanal y a lo lejos, a un grupo de vehículos y motos policiales en la explanada. “Vienen por mí”, fue lo primero que pensó.

—Doctor — dijo la secretaria, apenas ingresó a la oficina —. Lo buscan. Han venido…

— Lo sé. Acabo de verlos —respondió Lozano, poniéndose de pie y caminando desconcertado por la oficina. Luego, se dirigió a su secretaria—. Anda la computadora y borra todos los archivos.

—¿Qué dice?

—Lo que oíste. Borra todo.

La secretaria salió rápido de la oficina, tanto que casi se tropezó con el marco de la puerta. Cuando llegaron los hombres de seguridad, Lozano se acercó a ellos. Estuvo a punto de entregarse y extender sus manos para que lo esposen, pero se contuvo al ver, sorprendido, la llegada de la presidenta y el premier.

Tras un breve saludo, Lozano tomó asiento y los invitó a sentarse en las sillas que están frente a su escritorio.

—No queremos quitarle tiempo, así que seremos lo más directos posibles —dijo Otárola—. Queremos saber qué tan factible es el regreso de Gareca.

Lozano pensó por un momento que no había escuchado bien.

—¿El regreso de Gareca?

—Exacto —intervino Boluarte—. Queremos saber qué hace falta para que vuelva.

El presidente de la FPF se sonrió. Entendía que los hinchas quisieran el retorno del argentino, incluso podía esperarlo de una parte de la prensa, pero qué diablos hacía el Gobierno buscando lo mismo. “Por último”, pensó, “esta gente podrá tener todo el poder que quiera, pero en este lugar mando yo”.

—¿Qué pasa? —preguntó Otárola—. ¿Tan difícil es responder lo que la presidenta le ha preguntado?

—Todo lo contrario —dijo Lozano, con otros aires—. La respuesta es de lo más sencilla.

—¿Cuál es? —volvió a preguntar Otárola.

—Gareca no va a volver a la selección.

Boluarte y Otárola voltearon a mirarse.

—Creo que usted no entiende, señor Lozano. Esto se ha convertido en un asunto de Estado.

—Que regrese Gareca no va a cambiar nada.

—Eso lo puede cambiar todo —dijo Boluarte, elevando el tono de voz—. Gareca es muy popular en el país. Mucho más ahora que la Selección anda mal. Y si la gente sabe que he tenido que ver con su retorno, eso mejorará mi imagen y la del Gobierno.

—Es un asunto de gobernabilidad —acotó el premier.

—Exacto —dijo Boluarte—. Hágalo por la gobernabilidad.

Lozano miró a Otárola y luego a Boluarte. Entonces volvió a sonreír, pero esta vez con un halo de soberbia.

—Con todo respeto —dijo Lozano—, ¿ustedes saben lo que me importa la imagen de su Gobierno o la gobernabilidad del país?

El silencio se apoderó de la oficina. Boluarte miró a Otárola e inclinó la cabeza, como dándole una señal. Luego la presidenta se levantó y se fue.

—Es una lástima que las cosas sean así —dijo Otárola.

—¿Y la presidenta a dónde va?

—Ella vino para que usted comprenda la importancia que le damos a esta situación. Pero ya sé que usted no lo entiende.

—¿No va a volver?

—Es mejor que esta parte de la conversación la tengamos solo usted y yo— dijo Otárola. Luego levantó el maletín que había llevado y lo puso sobre su regazo.

Lo abrió y extrajo un folder cargado de papeles.

—¿Qué es eso? —preguntó Lozano.

—Esta es la acusación fiscal por la que el Ministerio Público está pidiendo cinco años de cárcel para usted por defraudación de impuestos.

—Soy inocente.

—Desde luego, como todo el mundo —dijo Otárola y luego extrajo más documentos del maletín. Imagino que también será inocente de enriquecimiento ilícito, lavado de activos, extorsión, coacción y seguro que tampoco es parte de una organización criminal.

El rostro de Lozano se fue agravando cada vez más, como reaccionando a cada uno de los delitos que se le imputan.

—Bueno, bueno. ¿De qué se trata esto? ¿Me están chantajeando?

—Al contrario, señor Lozano. Se trata de una ayuda mutua. Usted repone a Gareca y es posible que no le espere la cárcel.

—Es que ustedes no entienden. Es un tema de contratos. No puedo rescindirle el contrato a Reynoso y menos puedo contratar a Gareca. Es un tema muy complejo. Mire, le voy a enseñar —dijo Lozano y, en seguida, llamó por el teléfono a su secretaria. En pocos segundos, la mujer apareció y quedó de pie en el marco de la puerta.

—Señorita, por favor, tráigame una copia del contrato de Reynoso y de la oferta última que le hicimos a Gareca.

—No puedo —dijo la secretaria.

—¿Qué le pasa? —preguntó Lozano—. ¡Cómo que no puede! Vaya y haga lo que le pido.

La mujer palideció de golpe y empezó a temblar.

—Es que no puedo, doctor.

—¿Por qué no puede? —preguntó Lozano, casi gritando, ante la curiosa mirada del premier —Dígame, ¿qué pasa?

—Es que borré todos los documentos —dijo y luego agregó, con la voz cada vez más baja—, tal y como usted me dijo.

Lozano le hizo una señal con la mano y la mujer se fue.

—Señor Otárola —dijo Lozano, desmoronándose sobre su escritorio—, usted no se imagina cuánto detesto al argentino ese.

El premier no acusó recibo. Luego se puso de pie, guardó los documentos en el maletín y se tomó unos segundos para observar a Lozano desde lo alto del poder.

—La presidenta necesita una respuesta esta misma noche —dijo y salió de la oficina.

El presidente de la FPF se arrellanó en su silla. Durante unos minutos, clavó su mirada en un rincón indeterminado de la oficina. Luego, casi sin querer, giró la silla y vio, a través del ventanal, que la comitiva presidencial estaba abandonando la VIDENA. Entonces, un poco más allá, observó que habían cambiado la imagen del enorme panel publicitario enclavado a un lado de la avenida. Una gigantografía de Ricardo Gareca no le quitaba la mirada. “¿Qué dices, Ricardo?”, dijo hablándole al panel, “¿será posible empezar de nuevo?”


El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!