(Midjourney/Perú21)
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Charles Chaplin fue un narrador de tragedias, pero tuvo el arte de filmarlas en tono de comedia, para aliviarlas, para que se entendieran mejor. Fue un cronista más que un vagabundo con morisquetas torpes, aceleradas a propósito para distraer la falta de sonido en esas primeras películas mudas. La quimera del oro (1925) es, según el mismo Chaplin, la película por la que quería ser recordado. En la escena icónica se le ve cocinando uno de sus botines y enrollando los pasadores como spaghetti. Alegoría de la hambruna que padecieron los miles de aventureros que llegaron a Yukón (1893 -1896) en la fiebre del oro del río Klondike (Canadá). Muy pocos tuvieron suerte; la gran mayoría no encontró nada. En esa región, al límite del círculo polar, el suministro de alimentos no se ajustó a tiempo para atender a tanta gente. Una desgracia tras otra, porque los aventureros llegaron huyendo del Pánico de 1893, una de las peores recesiones de los Estados Unidos. Aconteció que, al terminar la Guerra Civil (1865), hubo una expansión económica impresionante (agricultura, industria, ferrocarriles). Pero la mayor producción no fue absorbida por el mercado local ni pudo ser exportada. Ese exceso abarató precios, quebró fundos y granjas, generó desempleo y hubo retiro masivo de dinero de los bancos para comprar oro, por entonces el único respaldo monetario. Para miles de desesperados, el personaje de Chaplin entre ellos, la esperanza era encontrar oro. Mucho tiempo después, Quino lo explicó mejor: proyectada la película en el teatro, los pasadores como spaghetti producían risa en los palcos de los ricos, medias sonrisas en las plateas de la clase media y angustias en las galerías de los pobres. El hambre es una tragedia, pero duele más cuando para los otros es un chiste cualquiera.

Hay pues comedias que esconden tragedias. La torpeza abunda para gobernar, pero también para delinquir. Sucedió con Castillo y ahora con Boluarte. Ambos andinos, muestra de que la improvisación y la maldad andan por todos lados. Ambos elegidos desde la izquierda, que no se laven las manos diciendo que el Congreso no los dejó gobernar. El Congreso, que también tiene lo suyo y bastante, no los rodeó de incompetentes ni de delincuentes. Lo más reciente no son la codicia de los relojes y joyas de lujo ni la vanidad de una cirugía estética de Boluarte, sino la captura de su entorno acusado de corrupción y obstrucción a la justicia. Escándalo que se mimetiza en un mar de otras cosas iguales o peores. Mientras tanto, las alarmas ya suenan por lo de la pobreza. El boom de los minerales hizo que la pobreza del país se redujera a la mitad, de 40% a 20%. La pandemia nos regresó a 30% y, mientras el resto del mundo se recupera, nosotros empeoramos. La torpeza política explica algo, pero no todo. Al final del día, pobre es el que no tiene trabajo estable y de calidad; y seguiremos siendo pobres en tanto no generemos empleo. Tenemos de sobra para eso, pero ya lo ve: van retrasados el megapuerto de Chancay y las pistas de acceso al nuevo aeropuerto; y están paralizadas, en la práctica, las carreteras, las irrigaciones y los grandes proyectos mineros. Responsables todos: el gobierno, de derechas y de izquierdas que nadie se salva, que incumplen los contratos de concesión y nadie invierte para andar metiendo arbitrajes para cobrar daños y perjuicios; las izquierdas que, en vez de proponer soluciones a los problemas, los potencian con protestas que, por lo general, se les escapan de la mano; las derechas que, sin capitalismo consciente ni futuro sostenible, andan haciendo negocios que hace mucho dejaron de ser formales. La pobreza, si no lo sabe ya, es una bomba de tiempo y mire del tamaño que es: la pobreza urbana es mayor que antes, anda en 25%, y eso es hambre a la vena; hay cuatro regiones en las que la pobreza supera el 40% y hay otras cuatro en las que el 80% no tiene acceso a los servicios básicos; y a la pobreza promedio del 29% hay que agregarle otro 31% que está al borde, que a la primera cae a la pobreza: somos un 60% de peruanos en riesgo. Si generar empleo está en nuestras manos y no lo hacemos, más que pobreza material, tendremos miseria humana, porque la tragedia la haremos peor por nuestra banalidad.

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