Estamos ad portas de cerrar 2019, un año más en que no llegó la crisis mundial, vaticinada por algunos economistas. ¿Llegará en 2020? Quién sabe. Los economistas no somos buenos para pronosticar recesiones, pero se nos pregunta. Soy escéptico de las predicciones porque se basan en estadísticas del pasado, complementadas con supuestos sobre el movimiento de variables difíciles de medir: el comportamiento del consumidor, los “espíritus animales” de inversionistas, eventos políticos, la economía global, y otras. Si pudiéramos vaticinar recesiones seríamos millonarios. Estamos en el ciclo expansivo más largo de la economía desde la Segunda Guerra; es evidente que nos acercamos más a la próxima crisis. ¿Qué tan profunda y larga será? Allí también se discrepa. Unos pronostican una hecatombe mayor que la de 2008, otros que será menos profunda. Un estudio del FMI sobre 153 recesiones en 63 países halló que la mayoría no fue anticipada.

La evidencia empírica muestra que es difícil vaticinar una recesión con certeza. ¿De qué me sirve como inversionista una proyección de recesión si no hay una fecha confiable de inicio? ¿Paso años sin invertir, esperando que aparezca y termine la crisis o mitigo su impacto diversificando inversiones y tomando precauciones para evitar que me agarre desprevenido? ¿Se imaginan las oportunidades perdidas si la gente deja de invertir esperando la crisis? Sería una profecía autocumplida.

TAGS RELACIONADOS