(Difusión)
(Difusión)

Los años 60 vieron las primeras fecundaciones in vitro. En casi cien por ciento de los casos era un procedimiento entre un hombre y una mujer por lo general casados o por lo menos en pareja –esto último no tan bien visto entonces– quienes por diversas razones congénitas o accidentales no podían concebir de la manera tradicional, y francamente mucho más placentera, y buscaban ayuda de un médico. Después, la ciencia, esa traviesa disciplina que nos hace descubrir cosas nuevas, pero también nos reta a adoptar nuevas conductas y nuevos patrones de moral, siguió en su pesquisa insaciable. ¿A ver pues hasta dónde podemos llegar?

Resultó que muchísimo más allá de lo que podíamos imaginar cuando se abrió esa caja de Pandora. Luego por los 70 salió una tapa de la revista Time –entonces el referente mundial para el análisis serio de las noticias importantes– con la foto de un bebé ideal asomando su cabeza debajo de una manta celeste y preguntándonos “Are you my mother?”*.

Se había empezado a experimentar con la mamá por encargo o vientre de alquiler. Entonces tuvimos una nueva ecuación: el óvulo de una mujer fecundado in vitro y colocado en el útero de una segunda mujer para llevar el feto a término. Dos mujeres en la creación de un solo ser humano. Se dio el caso de una mujer que llevó a término el óvulo de su hija, fecundado por su yerno, con lo cual no se sabía si era la madre o la abuela, todo además envuelto en un tufillo a incesto. Luego congelaron óvulos y espermatozoides y uno pudo escoger el momento adecuado para tener ese primer o tercer hijo. Se dieron casos peculiares. Uno muy famoso de una joven que después de la muerte de su multimillonario marido se hizo fecundar con sus espermatozoides congelados, asegurándose así parte de la cuantiosa herencia. No sabemos si el nuevo heredero era voluntad del difunto; ciertamente no fue bienvenido por los hijos nacidos de un matrimonio anterior. Resultado: sin antecedentes legales, hubo interminables juicios a la vista y abogados cobrando a diestra y siniestra.

Ahora con los bancos de donantes anónimos entramos en una terra ignota. Ya no se necesita ni casarse, ni tener pareja, ni siquiera conocer a nadie. Vas al banco, te sientas en la computadora, pasas revista a los candidatos y escoges el semental que va a producir el ejemplar ganador. El más guapo, alto, atlético, inteligente, artístico y si es graduado de Harvard, mejor. El problema es que si cientos de mujeres escogen al mismo tipo, tu bebé puede tener potencialmente 500 hermanitos o hermanitas. Es lindo una familia numerosa, ¿verdad?

Sí, pues. Hasta que conoces a alguien encantador con quien te llevas regio y encuentras que tienen mil cosas en común, te enamoras y claro, resulta que es tu hermano. Pronto será necesario hacer una pregunta distinta antes de tirarse al agua o meterse a la cama: “Oye, ¿quién es tu papá?”.




TAGS RELACIONADOS