"El Perú no es el Reino Unido, pero por eso tenemos que sopesar interdisciplinariamente –sociológica, y no solo jurídica o sanitariamente– nuestros pros y contras para diseñar y ejecutar nuestra danza o bisturí".
"El Perú no es el Reino Unido, pero por eso tenemos que sopesar interdisciplinariamente –sociológica, y no solo jurídica o sanitariamente– nuestros pros y contras para diseñar y ejecutar nuestra danza o bisturí".

La humanidad –no solo el gobierno peruano– enfrenta un reto inédito en los 300,000 años de nuestra especie: salir de la primera cuarentena global, que ha implicado la paralización no solo de actividades económicas, sino casi de toda la “acción humana” a la que aludía Ludwig von Mises –el intento de transformar la realidad externa–.

En ese contexto, los ministerios de Salud y Producción parecen creer que se ha invertido la regla constitucional de que todo está permitido salvo lo que está expresamente prohibido, y nada es obligatorio salvo que sea así ordenado sin violar derechos fundamentales. Los planes de reapertura con sus fases suponen que, si no es autorizado por un burócrata, cualquier negocio o acción se presume prohibido. El mundo al revés.

Atreverse a dudar de que esa sea la única opción constituye un sacrilegio, sobre todo en redes sociales –donde uno puede ser acusado de homicida por sugerirlo–, a tal punto que los firmantes de un comunicado que instaba a evitar confrontaciones políticas, impedir el populismo y reanudar el crecimiento y el desarrollo económicos fuimos insultados como si hubiéramos dicho que todo estaba perfecto antes de la cuarentena. Absurdo e intolerante.

Pero el dilema es real. Un artículo de Tim Hartford en el Financial Times discute (con brutal honestidad) los pros y contras de una cuarentena libertaria basada más en recomendaciones y presión social que en normas. El Perú no es el Reino Unido, pero por eso tenemos que sopesar interdisciplinariamente –sociológica, y no solo jurídica o sanitariamente– nuestros pros y contras para diseñar y ejecutar nuestra “danza” o “bisturí” porque los martillazos nos pueden golpear de muerte; ya no son sostenibles.

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