Retablo, racismo y Los Beatles (Getty Images)
Retablo, racismo y Los Beatles (Getty Images)

Un tiempo atrás se juntaron 13 mil personas en Trafalgar Square sin saber para qué, convocados por una empresa británica de telefonía. El resultado fue un karoake gigantesco, posible con 3 mil micrófonos repartidos, donde todos cantaron en coro más o menos afinado “Hey, Jude” de los Beatles. Ningún robo, ninguna pelea, solo gente feliz de todas las edades, colores y razas compartiendo los micros, abrazándose con desconocidos. Los 3 mil micros fueron devueltos. Imposible en el Perú, ¿verdad? Sí, de acuerdo. ¿Y por qué? A la gente en el Perú también le gusta la música y sentirse feliz. Pero, ¿qué música haría que me abrace espontáneamente con el tipo de al lado? ¿Me sentiría cómoda? ¿O pensaría que me va a robar el celular?

“Houston, we have a problem”.
A la salida de ver Retablo, peliculón peruano que entre belleza y violencia no deja indiferente a nadie, escuché distintos comentarios. “Buena, pero demasiado lenta”. “Qué tales salvajes, esos son unos animales”. El tempo –cierto– es lento porque la vida en la serranía, donde transcurre la acción, es lenta también; ya lo hacía Bergman de manera genial para recrear el encierro del invierno sueco. La violencia en las películas extranjeras –Tarantino et al– es mil veces más feroz, pero sucede en inglés, o japonés o… sueco. Otro idioma, otra cultura. No nos toca. Igual como preferimos pensar que eso que sucede en Retablo sucede, en realidad, en otro país. El hooligan o el barrabrava argentino que tiene una conducta antisocial no vive en otro país, es tan inglés o argentino como cualquier otro. Aquí no. Aquí nos desglosamos. Ese que vive en la sierra, que no tiene electricidad, ni celular, que habla quechua y seguro no conoce a los Beatles, ese no soy yo. Ese habita otro planeta.

Allí está el detalle.
Mucho se habla en estos tiempos de inclusión. ¿Pero queremos en verdad juntarnos con peruanos de todas las razas y sectores, abrazarnos y cantar juntos? Porque de eso se trata la inclusión. ¿O preferimos seguir en nuestra zona de confort? Somos millones que vivimos en el mismo espacio sin por eso compartir los mismos códigos. Los ingleses comparten su reina y la taza de té. Los argentinos, pizza y fútbol. A nosotros lo que más nos acercó hasta ahora fue la gastronomía, que a ratos juntó al ejecutivo y al ambulante disfrutando de lo mismo por casualidad. Pero no basta. Debemos encontrar códigos compartidos más allá del cebiche, la bandera y el himno. Una tradición nueva basada en el respeto, la tolerancia, la empatía, la ética, la honestidad y la compasión. Así de simple y de complicado a la vez. Solo así podemos crecer y sostenernos en el tiempo; construir un país seguro y amable. Mirar al otro, verlo, y reconocernos porque tenemos valores en común. Si empezamos por eso, podemos algún día terminar cantando a su lado. No será “Hey Jude”, pero no importa. Eso es un detalle.

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