Cuando regresé a la habitación, hacía 15 días que se había ido. Sin embargo, la bata colgada en el baño guardaba intacto su olor como si se la acabara de quitar. Hundí la cara en la bata y pensé perpleja, y de alguna manera feliz, está aquí. Pero era una trampa porque hacía cinco horas que se había muerto. La muerte se divierte tendiéndoles trampas a los vivos.

Allí empezó mi viaje a través de la aflicción, ese país desconocido que no se parece en nada al país de la pena. No recuerdo haber llorado. Recuerdo estar aterrada pensando si le pasó a él, me pasará a mí. No recuerdo comer, seguro que dormí pero solo a ratos. Volví a la ciudad donde vivíamos. Allí estaban los mismos edificios familiares pero ahora un poco fuera de foco, torcidos y de costado. Todo es igual, pero nada es real. Una amiga me invita a almorzar a un restaurante; cree que me hará bien salir. En medio del almuerzo, miro los ravioles en el plato y le digo que me tengo que ir, que debo volver enseguida a casa. Está perpleja, no entiende. Yo no aguanto estar allí ni un minuto más. Corro diez cuadras. Dentro de la casa estoy a salvo. ¿De qué? No sé.

Pasa el tiempo. Ese otoño lo tengo borrado. Supe que estallaron un par de guerras, murieron un par de estrellas. No soporto a la gente porque me interrumpe, no me deja vivir mi aflicción en paz. Me aferro a ella. Me asusta pensar que algún día no sentiré lo mismo. En mi cabeza continúo un diálogo con alguien que no está pero que me contesta; yo sé que soy la editora de esos diálogos, pero da igual. Busco la tijera de la cocina, agarro la cola de caballo y me la corto al ras. Pienso que debería regalar su ropa, pero y si regresa y me dice ¡Regalaste mi ropa! ¿Estás loca? Mejor no tocarla. Cada vez que paso por su cuarto de vestir, el olor de esa ropa se hace más tenue.

El primer año es el peor. Solo piensas en lo mismo, todo el tiempo. A veces algo me distrae por 20 o 30 segundos y es como si hubiera dormido 24 horas seguidas. El primer año es el peor porque te dices, un día como hoy hace un año estábamos en tal parte, haciendo tal cosa. Un día como hoy él estaba vivo.

Tengo sesión con una analista. Hablamos de distintos temas. Se hace un silencio y me pregunta, ¿qué tal si me hablas de esa persona que fue tan importante en tu vida? De golpe me doy cuenta de que no puedo abrir la boca. Una mano como una garra de hierro me aprieta la garganta y no me sale una palabra.

Pasan los años. Los viajes al país de la aflicción son cada vez menos frecuentes, el dolor cuando vuelve es el mismo, sobrevive, terco, igual que yo.

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