AFP / MIGUEL RIOPA
AFP / MIGUEL RIOPA

rey de España, no por la gracia de Dios, sino por mor de la Constitución, acaba de cumplir sus primeros 10 años como rey.

Accedió al trono por la llamada “Ley sálica”. Aquella que dice que, habiendo hijos varones, estos se prefieren a las hijas no importando el orden de nacimiento. (Una injusticia histórica).

Y además lo es pese a que otra nota, (connatural a la monarquía), tampoco se dio. No pudimos gritar, tal como en los cuentos: “El Rey ha muerto. Viva el Rey”. Juan Carlos I prácticamente se vio obligado a abdicar.

Felipe, serio, educado, muy preparado, apostó por una monarquía transparente. En estos 10 años, además de canas, ha ganado en madurez, fruto de los escollos que ha encontrado en su itinerario. El respeto institucional que se tenían el partido popular con el socialista, ha desaparecido. Si hace 10 años radicó ahí la clave de la sucesión monárquica, hoy esa “entente cordial” es inimaginable.

Ha visto de todo en esta década. Desde vacíos de poder, pasando por la pandemia, hasta gobiernos ostensiblemente contrarios a la corona. Y, sobre todo, con un gobierno que ha convertido en palabras huecas aquel discurso de 2017 en el que tomó una posición firme contra las locuras independistas catalanas.

Felipe VI considera que, aunque parezca poco, una década es suficiente para hacer el balance de su trayectoria. Tiene razón. Ha conseguido que la crisis de la monarquía se sienta superada. Y parece que ha logrado vencer los fantasmas que acechaban a la institución.

Es posible que no levante las pasiones que despertaba su padre, pero tampoco las necesitamos hoy en día. Lo que nos hace falta son líderes comprometidos con su palabra y con los valores del Estado de derecho. Por ejemplo, este rey.


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