(AFP)
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El trumpismo local ha intentado relativizar la revuelta en Washington DC y la toma del Capitolio ensayando una forzada comparación con las marchas del movimiento Black Lives Matter. Más absurdo, imposible. El movimiento BLM surgió porque miembros de su comunidad eran asesinados y violentados por la policía. Era, casi, un grito de sobrevivencia. En cambio, los Proud Boys y demás trumpistas irrumpieron en el Parlamento porque perdieron la elección y querían atornillar a Trump en la presidencia. Además, ¿se imaginan si los de BLM hubiesen tomado por asalto el Capitolio, entrado a oficinas de senadores y robado documentos del escritorio de Pelosi, la líder demócrata en la Cámara de Representantes? Si fuesen negros no llegaban ni a la escalinata, ¿o lo dudan? Si la diferencia para el lector no es evidente, será porque se le ha metido un Trump en el ojo.

Lo mismo con quienes han querido comparar las movilizaciones trumpistas con las que se dieron ante el ascenso ilegítimo de Merino. La diferencia, nuevamente, es abismal. Una cosa es una protesta ciudadana contra lo que no estás de acuerdo, un derecho que defenderé para todos por igual, incluido los trumpistas, y otra muy distinta es un acto de sedición digitado desde el gobierno para quedarte con el poder que el pueblo te negó. Lo primero es lo que pasó en Perú con las marchas contra Merino; lo segundo es lo que terminó ocurriendo en Washington con la anuencia del mismo Trump. De nuevo, si la diferencia no es evidente, será porque, además de un Trump, el lector tiene un Merino en el ojo.

Dicho esto, lo ocurrido en Estados Unidos debe importarnos porque es muestra viva de que la democracia no se debe dar por sentada en ningún lugar, así que la vigilancia ciudadana es un ejercicio que no puede descansar. Lo segundo es que el poder en manos de fanáticos, megalómanos y aventureros siempre termina mal canalizado. Tomemos nota.

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