Yo, la peor de todas
Yo, la peor de todas

Voy a confesar una “maldad” impropia de una mujer adulta-madre-responsable-con cierto nivel educativo, etc. Acabo de experimentar una mudanza apoteósica por la cantidad de cosas y seres vivos (hembras todas) que me tocó movilizar de un lugar a otro de la ciudad. Esto se hizo a las dos de la tarde y recién a las ocho de la noche descubrimos que nadie se había acordado de la gata. Sí de su caja de madera para que haga caca, de su arena y de su comida, pero no de Catalina. Cuando corrimos de vuelta al departamento que estábamos dejando (felizmente aún con las llaves en la mano), la encontramos paradita en mitad de una sala absolutamente vacía y ella, sin recriminarnos nada, se nos lanzó a los brazos y subió al auto para conocer su nuevo hogar. No puedo dejar de pensar, sin embargo, en el escándalo que esto podría suponer en un mundo “buenista” donde los nuevos criadores de mascotas les toman fotos día y noche, publican sus gracias, los visten, desvisten, bañan, perfuman y calzan para que las veredas no desgasten sus patitas. Todo esto en lo cotidiano, pero si además se organiza cumpleaños y bodas, ya la cosa pasa a niveles extraterrestres.

Hay en estos tiempos de deditos y pantallitas, una especie de niñería amariconada (nada tiene que ver esto con lo gay) donde todo tiene que ser algodonado y perfecto, pero yo toda mi vida he tenido mascotas y han sido lo que son, animales que sirven de compañía, de diversión sana para los niños e idealmente de guardianes. ¿Quiere decir esto que no los quiera? No, pero no los trato como princesitas intocables: provengo de una familia numerosa donde los olvidados a veces éramos nosotros, los niños, y nadie llamaba a denunciar a nuestras madres. Así nomás era la vida y sobrevivimos de lo lindo. De modo que no puedo dejar de pensar en lo que nos estamos convirtiendo los humanos. En el fondo estamos tan jodidamente desconectados de la naturaleza, que creemos que convertirnos en esclavos de nuestros perros y gatos es compensar un poco esa carencia y hacer algo por el planeta. Un mundete que se desvive por el animal cuando tenemos a miles de niños que ya quisieran vestirse como el perro de la casa donde va su mamá todos los días a trabajar como empleada.

De hecho yo a veces quisiera quedarme chorreada en el sofá mientras el resto de la familia desayuna a toda velocidad y sale a cumplir con las quinientas cosas por día que la vida nos impone. Freud diría que dejé a Catalina por envidia. Y tiene razón.

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