Y mientras tanto,  la muerte sigue
Y mientras tanto, la muerte sigue

Columnista invitado:

Alberto de Belaunde, congresista

El jueves en mi intervención durante el debate de la vacancia presidencial, recordé un fragmento del célebre discurso de Manuel González Prada en el Politeama en el que evalúa lo que había sido nuestro accionar como país durante la Guerra del Pacífico: “En el momento supremo de la lucha, no fuimos contra el enemigo un coloso de bronce, sino una agrupación de limaduras de plomo; no una patria unida i fuerte, sino una serie de individuos atraídos por el interés particular y repelidos entre sí por el espíritu de bandería”. Así como González Prada hace esa durísima pero precisa evaluación sobre los desaciertos de la clase dirigencial en ese periodo crítico de nuestra historia, así lo harán las futuras generaciones sobre quienes ocupamos puestos de poder durante este momento de emergencia nacional.

De acuerdo a cifras del Sinadef, se calcula que, a la fecha, han muerto más de 70 mil peruanas y peruanos en lo que va de esta crisis sanitaria. Para ponerlo en perspectiva, se trata de una cifra similar a la establecida en el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación respecto al número de víctimas mortales en la época del terrorismo. Es decir, el número de muertos en seis meses de pandemia es el mismo que el total de 20 años de conflicto interno. Pensemos por un momento lo que ello implica: angustias, lutos, familias por siempre incompletas, comunidades rotas, vacíos, sueños asfixiados. Seis meses tan intensos y violentos que nos tomará años poder procesarlos colectivamente y entender su magnitud. Y esto todavía no ha terminado.

Frente a todo ello, ¿cómo ha reaccionado la clase política? La idea de unidad frente a la amenaza quedó olvidada en marzo, junto con tantos otros deseos de prepandemia. Nuevamente vemos cómo la politiquería se alimenta de las divisiones, las carencias y los intereses particulares. Esa politiquería que nos ha acompañado desde el inicio de nuestra vida como república, pero que parece haber ganado mucha fuerza en los últimos años.

Del lado del Ejecutivo, los audios son una vergüenza. Es irrelevante si fueron obtenidos de manera legal o la motivación de quien los grabó. Además del aparente contenido penal –que tendrá que ser esclarecido por el Ministerio Público y el Poder Judicial–, lo que nos muestran es un entorno presidencial muy lejano al que merecemos durante una crisis como esta. Intriga, mediocridad y opacidad en momentos en los que necesitamos de mucho talento y compromiso para enfrentar –sin distracciones– una situación dramática llena de incertidumbre.

El Congreso de la República no se queda atrás. Una bancada que políticamente reivindica el accionar de un delincuente lideró un intento de vacancia apresurado y con evidente ánimo desestabilizador. Y muchas de las intervenciones que escuchamos –en el Congreso y en los medios– a lo largo de la semana nos recuerdan los problemas que seguimos arrastrando como sociedad a pocos meses de nuestro bicentenario. Comentarios con trasfondo homofóbico y machista, apología de la violencia, ataques a la prensa libre, cambios de posturas basados en cálculos electorales y una demagogia grosera que precariza cada vez más el necesario proceso de deliberación parlamentaria.

Una semana que nos mostró a toda la clase política polarizada, dedicándole gran parte de su tiempo y energía al enfrentamiento. El proceso de vacancia se frustró, pero creo que todos tenemos la lóbrega certeza de que la crisis política continuará, indiferente a lo que ocurre en el país, alimentada por el inicio de un nuevo proceso electoral.

Y mientras tanto, la muerte sigue. Implacable.

¿Cómo nos recordará la historia? Nadie debe dudar de que nos tiene reservadas páginas con juicios muy severos (y por cierto, merecidos), como los de González Prada en el Politeama. Pero esa certeza no debe ser resignación, pues trae consigo una posibilidad: tal vez nos encontramos en el momento más oscuro porque en instantes empezará a aclarar, y la luz acabará con las tinieblas. Toca aferrarnos a ese “tal vez”, a esa posibilidad, y trabajar arduamente –desde donde nos encontremos– para que ese poco de esperanza se convierta en certeza. Para avanzar. Para cambiarlo todo.

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