7 de diciembre, Los Halcones 326, Surquillo

Dina Boluarte no había previsto el tema de la banda presidencial. Su equipo tampoco. Pero José Cevasco, el entonces oficial mayor del Congreso y futuro consejero presidencial, tuvo un sueño premonitorio un día antes. Por eso fue a solicitar una banda al Congreso, la única que había disponible. Y no era de la talla de quien sería la primera presidenta del Perú.

Las declaraciones de Salatiel Marrufo habían precipitado el golpe. Y el mensaje a la nación de Pedro Castillo aceleraba la fuga hacia adelante.

Eran las 11:40 a.m. del miércoles 7 de diciembre de 2022 cuando empezó el tembloroso discurso. Dina Boluarte estaba con su hermana en su casa de Surquillo. Habían desayunado tarde. Su gato ‘Gareca’ deambulaba entre las sillas. Durante el golpe y los minutos álgidos que le siguieron, el equipo de seguridad de la aún vicepresidenta resguardó el frontis de su casa. En medio de la incertidumbre, la futura presidenta decide ponerse a buen recaudo. El pequeño grupo salió con la camioneta y dio vueltas por la zona, sin tener muy claro adónde ir. Descartaron ir a casa del abogado de Boluarte, en Surco. Finalmente, previa llamada, la camioneta se parqueó en el departamento de la sobrina de Boluarte.

Rodeada de su círculo más íntimo, Boluarte recibe la llamada del presidente del Congreso. Ante la inminente sucesión presidencial, pide que le traigan ropa formal. Ahí aparece en escena el ya célebre sastre amarillo. Su abogado, Alberto Otárola, le recuerda que tiene que llevar un discurso. Él mismo se sienta a la mesa para escribirlo en una laptop, en casa de la sobrina. Lo acompañan Nicanor Boluarte, Grika Asayag y la sobrina dueña de casa. La futura presidenta se sienta con Otárola a corregir su primer mensaje a la nación. William Contreras ‘el Charro’, exviceministro de Prestaciones Sociales del Midis durante la gestión de Boluarte, les da el alcance en el departamento. Al otro lado de la ciudad, otro equipo cercano preparaba otro discurso. Por algunos minutos, hubo dos mensajes a la nación escribiéndose en paralelo. Finalmente, se consolidó el texto elaborado en el departamento de la sobrina.

Llegada la cita con la historia, los cuatro miembros del círculo, junto a la inminente presidenta, salieron del departamento, rumbo al Congreso.

Tras la juramentación, la presidenta va a Palacio de Gobierno y constata el caos en el que se encontraba.

Por la tarde recibe la visita del arzobispo de Lima, monseñor Carlos Castillo. También recibe las llamadas de diversos actores políticos, peruanos y extranjeros. Luis Almagro, secretario general de la OEA, la llama para felicitarla. Luego, hicieron lo propio otros presidentes. Los primeros días trabajaron de corrido hasta la 1 o 2 a.m. Y movieron un mueble que daba a la ventana en el despacho presidencial.

7 de diciembre, Fiscalía de la Nación, Av. Abancay Cdra. 5

La fiscal Marita Barreto recibe la advertencia de que iban a ser detenidos. Todo era zozobra en el quinto piso de la sede principal de la Fiscalía, como narra el libro Presidentes por accidente (Aguilar, 2023). Raudamente, el equipo bajo su mando procuró salvaguardar los expedientes contra el aún presidente Pedro Castillo. Era el 7 de diciembre de 2022 y Barreto había dado la directiva de llevar todo en cajas, bolsas, lo que sea, como cuenta el periodista y autor de la publicación, Christopher Acosta. “La alerta de una potencial detención la hace, desde cinco pisos más arriba, Patricia Benavides, la fiscal de la Nación”, narra. “El escenario se lo ha planteado su cuerpo de seguridad, que planea un escape del edificio del Ministerio Público, que se aborta en minutos”. Atorado en el tráfico, el coronel Harvey Colchado hace una llamada para dar la misma orden. Una veintena de cajas con expedientes y testimonios de colaboradores eficaces va a parar a una casa en Surco, una de las varias casas de seguridad que tiene la Dirección de Inteligencia de la Policía. Todas están selladas y llegan por rutas distintas.

7 de diciembre, Twitter

A través del ministro del Interior, Willy Huerta, Castillo le ordena al comandante general de la Policía, Raúl Alfaro, que cierre el Congreso y no permita el ingreso de ninguna otra persona en sus instalaciones, además de intervenir a la fiscal de la Nación, Patricia Benavides. Ninguna de esas órdenes fue acatada por la PNP. Luego vino la renuncia del entonces ministro de Relaciones Exteriores, César Landa. Luego, a las 12:07, la de Kurt Burneo. A las 12:28 la fiscal de la Nación se pronunció “rechazando todo quebrantamiento del orden constitucional”. A las 12:38 hizo lo propio la Procuraduría General del Estado. A la 1:06, se manifestó el presidente del Tribunal Constitucional. A la 1:10, el Congreso inició su sesión extraordinaria para destituir al dictador Castillo. Recién a la 1:32, las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional del Perú emitieron un comunicado conjunto.

7 de diciembre, Av. Garcilaso de la Vega (Wilson)

A la 1 p.m., Castillo salió por la parte trasera de Palacio de Gobierno junto a su ex primer ministro, Aníbal Torres, su familia, y su comitiva de resguardo de Seguridad del Estado. Eran dos camionetas. Se le comunicó al chofer que se dirigiera a la embajada mexicana. Se eligió la Av. Inca Garcilaso de la Vega. Parafraseando a un francés, eso fue peor que un crimen: fue un error.

Mientras tanto, el Equipo Especial de la PNP ya manejaba la versión de que Castillo buscaba recluirse en una embajada. Los coroneles PNP Lozano y Colchado decidieron actuar. Lozano y su equipo fueron a la Embajada de México. Colchado, a la de Cuba. Castillo había incurrido en flagrancia en delito de rebelión. Había que arrestarlo. Y quienes lo iban a hacer eran los miembros del personal de Seguridad del Estado. Es decir, su propia escolta. Se le comunicó el hecho al general PNP Iván Lizzetti, jefe de la Dirección de Seguridad del Estado, quien le solicitó a su personal que le informara sobre la ubicación del aún presidente. En pleno cruce de llamadas, el atolladero habitual hizo lo suyo en la ex Av. Wilson. Antes de llegar al cruce con la Av. España, el chofer recibió la orden de proceder con la detención. Para sorpresa de Castillo, la camioneta gris de vidrios polarizados en que viajaba se detuvo. Junto con personal de la Subunidad de Acciones Tácticas, se ejecutó el arresto. El Congreso aprobaba su vacancia con 101 votos a favor. Eran poco más de la 1:40 p.m. Castillo fue llevado a la sede de la Prefectura de Lima. Minutos después, llegó la fiscal de la Nación, Patricia Benavides, quien le tomó la declaración. El golpe de Estado se había ido al agua.