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Redacción PERÚ21

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Enrique Castillo,Opina.21ecastillo@peru21.com

Nadie puede negar que Óscar Valdés cometió varios errores que lo han enfrentado con algunos sectores, pero no se puede caer en la equivocación de señalar que toda la culpa la tiene el primer ministro y que solo cuando este deje el cargo las cosas cambiarán para mejor.

Un primer ministro es el ejecutor de las políticas y de las acciones acordadas con el presidente. El premier no actúa por su cuenta y riesgo, y si lo hace, es porque el jefe de Estado lo deja. Su orientación y estilo son conocidos por todos, como lo son también sus declaraciones y acciones. Si en su gestión un primer ministro mantiene una línea en sus hechos y palabras, es porque el presidente concuerda con esa orientación, o porque no sabe ni puede controlarlo si está en desacuerdo.

Por acción o por omisión, en todos los casos hay una responsabilidad directa del presidente.

Esta administración podría estar nombrando en las próximas semanas a su tercer premier, ¿con qué orientación?. El presidente intentó con Lerner conciliar la Gran Transformación y la Hoja de Ruta. Cinco meses después y ya con Valdés, optó por alejar a la izquierda, se corrió a la derecha, y apostó por la mano dura. En los últimos días ha vuelto a hablar de la Gran Transformación, y ha dicho que él privilegia el diálogo, ¿un regreso hacia el centro?

Si el presidente no tiene claro hacia donde quiere ir, y a qué perfil y orientación deben responder sus colaboradores, entonces cualquier primer ministro fracasará en su gestión –más aún si es Luis Castañeda Lossio, cuestionado por su mala comunicación, por su mala relación con los medios, por su poca capacidad para generar consensos y para trabajar en equipo, y por temas relacionados con la gestión económica–, porque el problema no está en la ejecución sino en la conducción.